Uno
espera que los niños regresen a casa cuando todavía hay luz. Que los
cuchillos estén lejos de su alcance. Que los muertos no se levanten de
sus tumbas o, al menos, que si lo hacen se comporten con educación y no
interrumpan nuestra cena. Que los vivos conserven el sentido del humor.
Que no existan encapuchados tras las cortinas. Que esa mancha roja del
sofá no sea lo que parece y que eso que hemos golpeado con el pie no sea
un hueso. Uno espera estas cosas, en fin, como quien espera de un libro
cierta tranquilidad, un plácido entretenimiento y, al cabo de la
lectura, algún que otro final feliz. Pero también es cierto que lo que
uno espera no siempre es lo que desea.
Con un cambio radical de registro, Matías Candeira propone en Todo irá bien
un chapuzón al abismo que hay en nuestro interior: una mirada al fondo
de nuestras creencias y a los límites morales de nuestros actos, a
nuestros lazos de sangre y a los paisajes carbonizados de la infancia.
Por supuesto, como decía un viejo filósofo, todos esos abismos antes o
después nos devuelven la mirada.
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